jueves, septiembre 10, 2009

ESOS MUNDOS DE DIOS.








Tenía más que suficiente con la excursión que ocupó parte de la tarde. Cuando se terminó respiré hondo por primera vez en muchas horas, y agradecí a todos los espíritus celestiales que me hubieran protegido de la aparición sorpresa de un oso. Sin embargo, el día no había hecho más que comenzar, así que nos fuimos a la playa a limpiar y después al dump a tirar la porquería recogida.

Hasta aquí todo iba de maravilla, pero David seguía empeñado en que viéramos castores, y al regresar hacía casa, nos metió por unos andurriales que tendríais que haber visto. En el video no se aprecia la altura de los hierbajos y lo intransitable del lugar por donde nos metimos para ir a buscar otra casa de castores. Nada de caminos, ¿"pa" qué?.

Tuvimos que hacer alguna bajadita porque por unos momentos pareció que el quad volcaba, pero aún así, no veais que fuerza tienen esos chismes. Claro que, a mí, lo de que volcáramos me parecía un mal leve, porque lo que verdaderamente me preocupaba era, para variar, el encontronazo con un oso o un "mus". Yo a la mía para no perder la costumbre...

Llegamos a otro estanque con una pequeña casa de castores donde no vimos ni uno ni medio. Para ese momento yo ya andaba más allá que acá con mi dolor de cabeza, consecuencia de las emociones intensas vividas, y es que Alaska, es mucha Alaska, y hay que sentirlo en la piel para comprender a que me refiero.

Una vez más, regresar a un entorno conocido se volvió de repente el mayor placer del mundo. Así es como se aprenden a valorar esas cosas pequeñas que damos por hechas.

Fotos: David intentando dar la vuelta mientras nosotros esperamos, cruzando los dedos, a que lo consiga, para no tener que salir remolcando el quad a hombros.

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